No tengo ni pajolera idea de escribir un epitafio y menos de las personas que se van sin avisar, de las que sientes cercanas aunque no las hayas conocido en tu vida y de las que relaciones con algunos de tus buenos momentos. La noticia de la muerte de Andrés Montes es una putada, un marrón y que te deja con mal cuerpo, triste y alucinado. Por suerte, su testamento deja un sabor intenso de buen feeling y yo lo relacionaré siempre con buenas sensaciones así que, por adelantado, gracias jugón.
Con Andrés Montes como banda sonora viví dos de los mejores momentos viendo basket que recuerdo por TV: el anikki NBA de los Bulls con el minuto mágico de Jordan en Utah y el Mundial de la selección española en Japón. Lo que viví la madrugada de Jordan, el último gran mito del deporte no se me olvidará. Pero no se me olvidará su parada ante Byron Russell como tampoco como lo explicaba Montes. Soberbio. En el Mundial de Japón, ya más mediático, Montes se mantuvo fiel y con la dupla Itu-De la Cruz volvió a dejar patente que el buen feeling puede llegar al salón de casa cuando lo hay en una retransmisión.
Gracias a su locuacidad, la creación de un universo propio y su facilidad para comunicar era el complemento ideal para poder seguir un partido de basket por la caja tonta. Sí, no te explicaba las jugadas con la perfección de otros pero sí las sensaciones que te podían transmitir. Y eso tiene mucho mérito, quizás más que explicar a la perfección lo que pasa en el parket pero que te quede muy lejano. Y eso le convierte en el mejor de los mejores.
Sí, Andrés, ‘La vida puede ser maravillosa’…aunque hoy un poco más triste.
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