Dentro de dos semanas (como mucho) ya no te acordarás de este post. La rutina y la inercia de la vida te lo colocará en un lugar olvidado de tu memoria. Además, su difusión será la de siempre y lo leerán cuatro y el gato.
Dentro de dos semanas tampoco te acordarás del Terrassa y su encierro. Quizás ya lo vemos como algo tan habitual que ni le prestamos atención ni nos preguntamos como se ha llegado a esa situación. Reflexionemos porque es una prueba más de hasta qué punto está podrido esto del deporte.
Ya te aviso que no voy a ser ecuánime. Quizás por el hecho de conocer bien a Miguel Olmo, técnico egarense. Su encierro con los seis jugadores que quedan en el club es la historia repetida del fracaso. Sé que mis palabras no van a cambiar para que los responsable paguen ni transformará nada pero no por ello hay que callar, ¿no?. Hoy es Terrassa, ayer Mataró y anteayer Algeciras. Son centenares de equipos modestos que cada año pasan por lo mismo víctimas de las promesas de unos chupópteros que llegan a esto del deporte pensando que será la leche y que se forrarán enseguida. Llegan, prometen, no pagan y se van de rositas.
Miguel Olmo, como el resto de jugadores, no se merece lo que le está pasando. Sus sacrificios (no de este año sino de siempre) duermen cada noche en una colchoneta en el campo mientras quien debe pagar se pasea con un cochazo y duerme a pierna suelta a pesar de haber dejado en la estacada a un grupo de personas apasionadas por el fútbol.
El romanticismo ha muerto
Yo vivo en un dilema permanente entre rajar o echar más carnaza. ¿Big Bang o vuelta a los orígenes? Porque siempre es lo mismo, cambiarán los protagonistas pero el circo deportivo prepara una nueva función a la vuelta de la esquina entre funambulistas, chaqueteros, gente con un afán de protagonismo desmedido, trampolinistas, vividores (que algún día fueron deportistas mediocres), comisionistas, representantes del representante del representante (como en la escena de los hermanos Marx)…personajes, algunos de serie B, en todos los ámbitos desde el campo a los despachos pasando por las redacciones. Aquí no nos libramos nadie y entre todos hemos convertido al romanticismo real apasionado por lo simple (el deporte en sí) en una rareza tan singular que cuando aparece ya se ha ido ante la velocidad que ha adquirido todo.
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